Cuando en el siglo XVI Jerónimo Luis de Cabrera y un “grupo de amigos” bajaron desde el Cuzco hasta Córdoba en tren de conquista, en un rapto de dudosa originalidad le dieron nombre a los ríos de esta región según los iban encontrando a su paso, de norte a sur. Al que cruza entre Villa María y Villa Nueva hacia el Paraná lo denominaron Tercero, nombre con el cual persistió hasta la década del 80 del siglo XX.
Bajo esta denominación transcurrieron prácticamente cuatro siglos. Sin embargo, tras la recuperación de la democracia, en 1983, cobró fuerza en la sociedad argentina la reivindicación de las llamadas culturas originarias y, en ese contexto, se planteó en la Legislatura de Córdoba rebautizar a nuestros ríos con los nombres que habrían correspondido a las lenguas nativas. Se daba lugar así a una batalla que muchos años antes había iniciado, entre otros, el poeta Arturo Capdevila que, con una prosa muy original, expresó lo siguiente en referencia al río Primero:
Yo me llamaba Suquía
Este nombre me quitaron
Que de nuevo me lo den
Que así quiero ser llamado
Loable iniciativa, sin duda, muy propia del espíritu de la época. Y fue así, como el día 12 de septiembre de 1984 la Legislatura de Córdoba modificó por ley los nombres de los cinco ríos que seguían una numeración desde la época de Jerónimo Luis de Cabrera. En ese marco, al río Tercero le tocó llamarse Ctalamochita, porque así “supuestamente” lo habían denominado los pueblos originarios hasta la llegada de los españoles.
La confusión
¿Cuál era la argumentación que se utilizó para denominarlo así al Tercero? La base fue un documento del siglo XVI en el cual Jerónimo Luis de Cabrera le ordena a un subalterno, Hernán Mejía de Mirabal, “bajar al valle de Calamuchita”, para pacificar a los indios. Documentos coloniales posteriores mencionaban “al río de Calamuchita”, pero en realidad, y tal como analiza muy bien la investigadora Elisa Pardo, solo mencionaban la región por la cual transcurría el río, no el nombre del río en sí mismo. Y aquí comenzó la confusión.
De todas maneras, con este importante antecedente, lo que siguió fue el afán de historiadores y lingüistas para desentrañar lo que significa el término en cuestión, dando por sentado que los aborígenes denominaban de esa manera al río.
El muy reconocido investigador Aníbal Montes, por ejemplo expresó que la voz “mochi” se refería al molle y que el sufijo “ita” indicaba abundancia, por lo que “mochita” debía entenderse como “los mollares”. Por otra parte, el término “cala” se refería a “sierra”. Con esta traducción, Aníbal Montes daba por sentado que todo el término era quechua, aunque en realidad “cala” proviene del idioma Aimara, que también utilizaban los incas.
Pero la anterior no fue la única interpretación. Si el lector de esta nota se toma el trabajo de ingresar a las páginas de Wikipedia, encontrará también otras versiones. Una incluso bastante llamativa, en la cual se expresa que Ctalamochita es un vocablo de origen mapuche, que significa zona de muchos árboles.
Sin embargo había aquí un problema de base, sobre el cual casi nadie se percató adecuadamente en su momento. Puede afirmarse que ni los incas ni los mapuches transitaron jamás la vera del río en cuestión, de donde surge una muy razonable duda. ¿Por qué los pueblos originarios llamarían a “su río” con palabras ajenas a su vocabulario habitual?
Ahora bien: a lo largo de los últimos años diversos investigadores e historiadores fueron poniendo en duda la razonabilidad del nombre propuesto sobre el río Tercero. (En realidad hay dudas sobre casi todos los ríos, con excepción del Suquía). Los puntos más fuertes surgen de las siguientes consideraciones:
a) Los comechingones y sanavirones no hablaban ni quechua ni aimara, mucho menos mapuche. Tenían su propio idioma, que desgraciadamente se ha perdido.
b) El territorio cordobés jamás fue parte del Imperio Incaico. Una afirmación en positivo sobre esta cuestión es insostenible.
c) En realidad, tampoco tenemos mayores precisiones sobre los pueblos que habitaban las márgenes del río, sobre todo en las zonas de llanura. Es altamente probable que en los espacios cercanos a Villa María y Villa Nueva el lugar estuviera habitado por grupos diversos, por tratarse de una zona de transición e intercambio, lo cual explica que se hayan encontrado vestigios comechingones, pero también pampas, sanavirones, e incluso de grupos provenientes de algunas regiones propias del río Paraná.
d) El río es lo suficientemente extenso como para asumir que diversos pueblos, con diferentes lenguas o dialectos lo habitaban. De lo que puede deducirse que tendría incluso nombres distintos según el tramo que consideráramos.
Ahora bien. A pesar de todo lo expuesto, alguien aun podría estar tentado a deducir que, si los comechingones le daban ese nombre al valle, es probable que también se lo hubieran dado al río. Y es precisamente aquí donde se encuentra la parte más difícil de digerir para los nostálgicos indigenistas.
Talamocha…
Ocurre que está ya suficientemente probado, que fueron los españoles quienes le dieron al valle esa denominación, debido a que les recordaba a una región de España, en Teruel, que se llama Talamocha. Y para rematarla, digamos además que, todas las fuentes españolas que han sido consultadas al respecto coinciden en que la palabra Talamocha tiene en realidad raíces árabes.
Todo parece indicar que, entre las varias patrullas españolas que pasaron por el valle serrano durante el siglo XVI (Francisco César, Diego de Rojas, etcétera) seguramente había algunos individuos que provenían de Aragón, y que observaron que había cierta similitud entre las montañas y la vegetación de ambas regiones.
Moraleja: ahora sabemos que, en tren de rescatar las culturas originarias, en la década del 80 del siglo XX le dimos a nuestro río, equivocadamente, un nombre hispano de raíces árabes. O sea, una decisión muy alejada del loable objetivo original.
Por otra parte, tendríamos que asumir que, desgraciadamente, el verdadero nombre que le daban los nativos a nuestro río se ha perdido, y probablemente no lo sabremos jamás. Y frente a todo esto, se me ocurre también expresar que le estamos haciendo un flaco favor a la memoria de nuestros vecinos ancestrales, llamándole a este río Ctalamochita, un nombre que ellos jamás utilizaron.
¿Y si lo volvemos a llamar Tercero?