El título de esta nota parece delirante (y tal vez lo sea). En realidad, está a mitad de camino entre ser un cuento fantástico y la crónica de un acontecimiento histórico. En cualquier caso, es una mezcla deliberada de hechos reales con algunas licencias literarias o imágenes imposibles de probar, desde el análisis racional o la comprobación empírica, aquella que supone la utilización del método científico, aplicado a las Ciencias Sociales.
Este relato comienza con la expedición de Sebastián Gaboto, en 1516, el primer español que pisó el suelo del Río de la Plata y vivió para contarlo. (Solís, antes que él, fue fagocitado por los charrúas ni bien pisó tierra firme). Tras ingresar al estuario Del Plata, seguramente admirado por la inmensidad y la desmesura del río, Gaboto se adentró en el Río Paraná, pasó por lo que hoy es Rosario, observó las barrancas de San Lorenzo y, finalmente, decidió desembarcar en la desembocadura de un río manso, que hoy denominamos Carcarañá.
Gaboto y su tripulación estaban ansiosos por encontrar riqueza fácil, alentados por las primeras experiencias españolas en el resto del continente y, sobre todo, por el frenético impulso que ya le había dado a la conquista la increíble (sobre todo por lo redituable) gesta de Hernán Cortez, en México.
Sin embargo, por aquí las cosas eran muy distintas. La llanura se mostraba hostil y poco alentadora en términos de recursos, incluso alimentarios. Los nativos que aparecían ocasionalmente eran poco amables. El escenario no pintaba, ciertamente, para un éxito de taquilla como el que había experimentado Cortez en México.
Convencido que la riqueza estaba en otro lado, Gaboto despachó tres expediciones, de algunos pocos hombres (hoy diríamos tres patrullas) hacia el interior del territorio. Dos fueron fagocitadas por el entorno y jamás regresaron, pero una de ellas, conducida por el teniente Francisco César haría historia, y es la pieza central de este cuento fantástico, que nos conduce a Tío Pujio.
A Francisco César y su reducido grupo le tocó remontar el río Carcarañá. Durante la primera etapa del trayecto la llanura se expresaba en una inmensidad que jamás habían visto en sus vidas. En ese recorrido, en un momento, se encontraron en la confluencia de dos ríos, en un marco de espesa vegetación, y gran cantidad de pájaros. Mucho tiempo después, ese lugar sería testigo, hacia 1810, del fusilamiento de Liniers.
Superado aquel hito hidrográfico, y tras la primera semana de caminata, siempre remontando el río, en sentido oeste, comenzaron a divisar, cada vez que algún claro en la vegetación se los permitía, una lejana cadena montañosa, de la cual podía deducirse con toda seguridad, que tenía su origen el río que estaban remontando.
Era verano, con el río en su máximo caudal, y la vegetación en esplendor. Finalmente, y tras un gran esfuerzo, César y su gente arribaron a las primeras estribaciones de las hoy llamadas sierras de Córdoba, atravesaron un paso poco elevado de las mismas y llegaron finalmente al lugar de nacimiento de aquel río, que era un valle en el cual confluían diversos arroyos que provenían de las más altas montañas.
Era aquel un lugar casi ideal para la vida y, de hecho, se trataba del espacio en el cual se concentraba la mayor población estable de los nativos que hoy conocemos como comechingones. Ese lugar es, en realidad, un espacio del actualmente llamado Valle de Calamuchita, que hoy se encuentra sumergido por las aguas del embalse de Río Tercero, construido en el año 1945.
El recibimiento
Francisco César y su gente fueron recibidos amistosamente. Y la leyenda cuenta que los nativos le contaron que hacia el noroeste se encontraba una cultura con una ciudad muy rica, cargada de oro y plata. Cómo se pudo comunicar César con los nativos es algo que desconocemos, pero lo cierto es que en base a semejantes comentarios, el teniente decidió emprender raudamente el regreso al fuerte de Santi Espíritu, para dar a conocer la fantástica noticia.
Cuando César se encontró nuevamente con Gaboto, tiempo después, su historia se transformó en legendaria. Por alguna razón propia del espíritu de la época, nadie se ocupó en chequear la calidad de la información ni las evidentes inconsistencias que incluía. A partir de entonces, los españoles buscaron durante mucho tiempo, en realidad durante casi dos siglos, y por gran parte de Sudamérica, lo que dio en llamarse “La Ciudad de los Cesares” que, por cierto jamás pudieron encontrar, como era de prever.
Es probable que Francisco César haya tenido una imaginación frondosa. Sin embargo, y al margen de la consideración anterior también cabe considerar que, o los nativos de Calamuchita le vendieron cualquier verdura para sacárselos de encima, o tal vez sí le contaron algo que para ellos mismos tenía algún viso de realidad, aunque en todo caso se trataba de noticias vagas y lejanas. Ciertamente hacia el noroeste, pero a varios miles de kilómetros de distancia, existía una ciudad que aun se llama el Cuzco, y que efectivamente estaba llena de riquezas, en oro y plata.
Ahora bien. Ya dijimos que Francisco César regresó al río Paraná, y se volvió a embarcar con Gaboto rumbo a España, a partir de lo cual desapareció de la historia. Sin embargo, hay que decir que no todos los miembros de la patrulla que él comandaba pudieron regresar al fuerte Santi Espíritu sanos y salvos. Uno de los hombres del grupo, malherido y agotado, fue abandonado por sus propios compañeros ante la imposibilidad de seguirlo transportando. Esto ocurrió junto al río, en un paraje que actualmente conocemos como Tío Pujio, pocos kilómetros río arriba de la actual ciudad de Villa María.
Y aquí comienza una historia nueva, ramificada de la anterior, ya de por si poco conocida.
La nueva historia
El soldado malherido abandonado junto al río fue encontrado por miembros de una tribu cercana, radicada en un paraje que, actualmente, conocemos como Yucat. Recibió auxilio y cuidados que permitieron que se recuperara. Una vez rehabilitado se integró a la tribu, casándose con la hija del cacique, y dándole varios hijos que vivieron también en esa comunidad por el resto de sus vidas.
La cronología ayuda a entender algunas cosas. La travesía de Francisco César ocurrió en 1526. Pero los españoles no volvieron a pasar por el lugar hasta que Jerónimo Luis de Cabrera fundó la ciudad de Córdoba, bajando desde el Cuzco, en 1576. Para ese entonces, el soldado abandonado por Francisco César había muerto hacía tiempo. Quedaban, sin embargo, sus descendientes, los primeros mestizos del territorio argentino.
Cuando más cerca de 1600 los españoles decidieron enlazar las ciudades recién fundadas de Córdoba y Buenos Aires, se propusieron instalar una serie de fuertes y postas intermedias que garantizaran la seguridad y adecuadas provisiones en el camino. Grande fue la sorpresa cuando arribaron a la zona de Tío Pujio y se encontraron con una población abiertamente amable.
Esta fue la razón por la cual en el paraje de Tío Pujio, junto al río, se instaló uno de los primeros fuertes españoles intermedios entre Buenos Aires y Córdoba. Ese fuerte se denominó Massangano, y estaba en sintonía con la población nativa radicada en Yucat, donde también se instalaron posteriormente algunas familias españolas, aprovechando que en esa comunidad nativa no existía la hostilidad indígena, muy propia de toda la región circundante.
A esta altura del partido, un lector atento estará pensando de dónde sacamos esta historia, y con qué documentos la estamos respaldando. La respuesta es que no hay ninguna fuente confiable que la respalde.
¿Y entonces? ¿Acaso la soñamos en una noche de exceso etílico? En realidad, la historia nos fue contada por un arqueólogo aficionado que vivía en la localidad de Tío Pujio, don Mayorino Pizolatto, que se ganaba la vida como mecánico, pero cuya vocación fue siempre la exploración del pasado, y sobre todo la investigación de las culturas precolombinas.
Investigando en el archivo histórico de Córdoba, Pizolatto había encontrado los fundamentos del fuerte de Massangano y algunos otros indicios, siempre indirectos, sobre los cuales fue hilvanando esta historia que yo escuché absorto una noche de invierno, junto al hogar de su casa. Me contó que tras largos recorridos había finalmente encontrado el fuerte, junto al río, aunque en gran parte comido por las crecientes, tras varios siglos de abandono. Quedé en acompañarlo nuevamente a ese fantástico lugar, pero no lo hice a tiempo, y el murió poco después.
Si el relato que usted acaba de leer es verídico, quiere decir que el primer criollo del territorio argentino nació en Tío Pujio, junto al río que los españoles denominaron posteriormente Tercero, en la provincia de Córdoba, en las cercanías de la actual ciudad de Villa María. Si no es verdad, se trata solo de un cuento, pero un cuento que siempre hemos pensado merecía ser relatado, sobre todo en homenaje a don Pizolatto.
El soldado malherido abandonado junto al río fue encontrado por miembros de una tribu cercana, radicada en un paraje que, actualmente, conocemos como Yucat.